Divagando marcho por el bosque, el cielo es mi techo y las paredes inexistentes. Como una pluma al viento, me abandono entre sueños y esquivados ideales. Con mi corazón lleno de alegría y de nostalgia, repleto de gratitud, contemplando el presente momento en la espera del infinito estrellado cielo que me anticipa después del atardecer, cavilando en los que amo y en los que de cerca o de lejos me han puesto su hombro. Rememorando la expresión que sintetiza mi vida: «Solos vamos más rápido, juntos llegamos más lejos». Como seres humanos necesitamos las personas que amamos. La soledad no significa necesariamente que seamos felices.
Me place la soledad pero la compañía de los que amo me colma de plenitud. Es en estos momentos de reposo que siempre recuerdo a mis creadores, mis viejitos, ellos siempre viajan conmigo. Mi padre que amaba tanto observar el cielo y las estrellas, es ahora una de ellas.
En Kapalua casi levito entre los colmillos semblables y amenazadores casi son mandíbulas de un dragón, cuyas laderas de piedra caliza destellan bajo el luminoso Sol. Percibo, de lo alto, arroyos de serpenteados valles, nubes de roció entre quebrados acantilados de desbordadas cascadas en vivas mareas y olas que se revientan contra las rocas.
En el recorrido del sendero Waihee, Wailuku, un ambiente tropical húmedo de precipicios montañosos, con un calor extrañamente agradable. Donde el sol ilumina magníficos paisajes. Aquí hay que estar en la sombra para protegerse del sol, porque sin él corres el riesgo de quemarte. En este camino, cuesta arriba ( 485 m. de desnivel) el sendero de barro no es fácil y parece no tener destino, alargándose hasta el infinito, de momento, en la parte superior réalisas que tendrás que devolverte hacía abajo. A lo largo de 6,4 kilómetros, estas en admiración y empaquetado por la vegetación, virtualmente, es como si estás solo en otro planeta.
Ciertamente cuesta arriba envidiamos la agilidad de un Velocirráptor. Incluso cuando el ventarrón está de frente, silbando en nuestros oídos y azotándonos, su árido soplo es nuestro único aliado. Porque sin él, tengo la impresión de haber terminado como un pollo en la rotisería. ¡Así es que en esta precipitada existencia aún y cuando con mis pies adoloridos y mis viejas piernas, me he evadido más que nunca, me ha rodeado una foresta tropical digna de un film “Jurassique Park“!
Por mucho que la cuenca me pareciera inhóspita, el camino de senderos Wailuku, conocida como la reserva forestal de Waihee, me abrió los brazos. Regazos tatuados con el mar turquesa, cargados de flores silvestres cuyos dedos de magna arañan el cielo. ¡Axilas que entornan delicadamente el camino, que dan la bienvenida con magnificas Orquídeas terrestres y exótica vegetación sutilmente bañadas por el sol!
Maui es un paraje donde el tiempo casi se detuvo al escuchar el viento, los ríachuelos y su música a la que se sumaban la sinfonía de las olas del mar. Los pájaros con sus notas afinadas y metálicas se arremolinaban con el aire fresco y las flores silvestres para celebrar el amanecer de una prematura primavera.
Disfrute cada paso y casi cada rayo de luz que acariciaba mi rostro. Y después del edén bajo un fresco y precoz soleado día, regresé a mi tierra de adopción Quebec, titiritando ante la idea de tener que cambiar mi ático de las dos ultimas semanas por… ¡techos de verdad!
Carlos R. Martinez C. 